Continuamente huimos de todo aquello que nos origina malestar, “emociones negativas” y dolor. La realidad es que cada vez que lo intentamos, nos hundimos aún más en el sufrimiento y entramos en un circulo virtuoso (por más absurdo que parezca), permitiendo que nos acerquemos a la maravillosa frustración de conocernos a nosotros mismos.
En definitiva, existe un momento en el que te quedas parado y observas el mundo. Te das cuenta que existen infinidad de cosas más allá de las que te imaginas. Respiras, conectas con aquello que produce miedo, y sufrimiento. Sin embargo, en ocasiones, las situaciones nos producen felicidad de manera espontánea y sin ningún esfuerzo, pero, con más frecuencia, la vida resulta irritante (Thurman & Salzberg, 2014).
El desarrollo de las habilidades a través de la practica mindfulness tales como: aceptación, soltar, no juzgar, mente de principiante, por mencionar algunas de ellas (Kabat-Zinn,2003; Siegel,2007) acompañadas por la compasión podrían ser la clave para afrontar aquellos momentos de vulnerabilidad. En occidente, la compasión suele confundirse con lástima, y con ella se hace referencia a establecer un juicio de superioridad ante la situación del otro. Cuando la compasión está presente, este juicio de superioridad no existe. El reconocimiento de que el sufrimiento existe permite entender que todos compartimos la vulnerabilidad del dolor, por lo que emerge una situación de igualdad ante la persona que sufre.
Los elementos claves de la compasión son emocionarse por el sufrimiento del otro y el deseo de aliviarlo (Simón, 2013). Emocionarse por el sufrimiento del otro no implica hacerse responsable por la persona que sufre, significa reconocer que la persona está viviendo un momento de dolor. Es por esto, que surge un deseo natural de aliviar, a través de un acompañamiento con amabilidad y ternura donde los juicios y las expectativas (propias y de los demás) no están presentes.
Si nuestra vulnerabilidad hablase, es probable que dijera, reconóceme, también habito en ti, soy parte de ti, sé flexible a tu dualidad mental y emocional. Cuando esa conexión existe, descubres que eres tú con el mundo, y que sólo a través de la compasión es posible experimentar de esas sensaciones e incluso aprender de ellas.
La impermanencia de vivir y morir en cada instante.
Si el circulo virtuoso aparece, permite que aflore sin enjuiciarlo y con toda la amabilidad posible, acepta que te acompañe, porque justo en ese momento la ternura aparecerá para escuchar y abrazar a la vulnerabilidad, mientras tomas una taza de café.
Referencias
Siegel, D. (2007). The Mindful Brain. New York: Norton & Company
Simón, V. (2013). Aprender a practicar mindfulness. Barcelona: Sello Editorial
Thurman, R. & Salzberg, S. (2014). Amad a vuestros enemigos. Barcelona: Kairós
Una respuesta a “La paradoja de la vulnerabilidad”